Enrique Martínez Andrés

De imágenes y palabras
colmo los blancos espacios
maquillados de olvido
que enmascara.
Pasen, es un camino;
vean y lean.

Enrique Martínez Andrés

Nací en Algeciras, un día de septiembre de 1984.

Mi forma de entender el arte es clara: es innecesario pero vital, solo puede servir de acicate y conducir al espectador hacia un descómodo estado de atención; por eso me valgo de cualquier argumento útil que procure ese destino. La pintura, los textos (teóricos y poéticos), unos marcos bien acotados y ajustados al concepto o la experiencia de una obra instalada, son elementos que han colonizado mi trabajo.

En este bregar con la máscara que imbuye de prosaico olvido el camino me desvelo y muestro con irrefrenable responsabilidad mi anhelo de necesario cambio social.

Autor-EnriqueMartinez

Este ya no pinta nada

Yo, que fui bautizado con algas y con garum, he presenciado cómo el hombre teñía de alquitrán cada tesela de mi camino congestionado por abrojos de IKEA y deparaba mañanas de cenicientas bandejas de plata. Luego amontoné ególatras miradas de azogue hasta que pensé. Yo aquí no pinto nada.

Reconozco que mastiqué el herrumbroso polvo de la derrota, pero lo aglutiné para esbozar mi destino: como pretexto para revolverme entre el amasado graderío y descorrer a cada paso los velos de esta sociedad afiliada al olvido; para volver al origen, volver a la acción, volver al Arte.

Entre cortinas que encuadran, pisando las gastadas tablas, en los focos y en el reflejo de los espejos, tras los cristales, incluso como garrafa que traga o al calor de la lana que vitorea; soy parte activa en esta trama. 

Una sociedad enmascarada

En tiempos de fluida hiperconectividad, bufágidas redes sociales y consumo rápido y excesivo de veloces imágenes, ¿Cuánto tiempo empleamos en prestar atención?

Cada día, en nuestro dulce hogar, nos sentamos a la mesa  con el babero ajustado y vemos pasar imágenes de cilicio que empleamos como cinto. Guerras, hambrunas, desastres ecológicos, maltrato animal o violaciones grupales que, “afortunadamente”, no quitan el apetito de postre. Son noticias que rápidamente navegarán como botella en el piélago del olvido, ya que la tristeza arruga la cara y lo que domina en esta sociedad hedonista es portar una máscara de jubilosa impostura y eterna juventud.

En esta instalación los soportes pictóricos, el enmarcado que los delimitan y las cartelas a su lado, albergan un buen surtido de imágenes de horror que todos seguramente conocemos pero que no son lo que parecen. Es una exposición donde no se muestra la cara saludable de la manzana, aquí el fruto  podrido está envuelto con irisado papel charol. Este envoltorio agradable, este filtro atractivo, esta máscara contemporánea, animarán al espectador superficial a consumir una obra que, mediante cabriolas retinianas, penetrará con piel mollar en el interior de sus entrañas.

Las pinturas, elaboradas a base de equilibradas composiciones, vibrantes tonalidades y amenos contornos; los marcos del lechoso acromatismo de un mar del ego; las cartelas, que evocan ventanas oreadas por versos que extrañan; incluso todos estos elementos articulados en perfecto matrimonio, pretenden ser un simulacro de la sociedad enmascarada de este tiempo.

Dónde se establece la acción

Alentado a desarrollar una Obra Total, eterna y con hondura, que trate de calar en el espectador seducido por ella (sin saber dónde se mete), Hominis Oblitus es el container portador de toda una teoría estética y de su experimentación expositiva, que atiende al nombre de Pasen y Lean.

En abril de 2024, el libro Hominis Oblitus y la exposición Pasen y Lean, se presentaron en el Museo Municipal de Algeciras, donde se instaló temporalmente, ocupando un espacio intervenido para la ocasión. Allí se constituyó una especie de laberinto, una simulación de trocha, el escenario donde el espectador, considerado parte activa en la función, debía jugar y relacionarse. A modo de performance, de experiencia estética, iniciática e introspectiva, en este lugar se realizaron numerosas visitas programadas, que tuvieron el sentido de guiar al público asistente a lo largo de este críptico camino y conseguir, en última instancia, que estos volvieran nuevamente al corazón, es decir, que recordaran.

Como experimentaron los viajeros Edipo, Odiseo o el propio Don Quijote, el destino de este irisado camino que vincula lo legendario con lo mundanal siempre es volver; se trata de que el espectador llegue al origen de la tragedia y retorne; que alcance con afán el arco, y no hablamos de la meta, sino del arco dramático de su personaje en la escena, que deje de contemplar desde la barrera y como él, lo sienta.

Hominis Oblitus: Cómo recordar con el color y las palabras

Hominis Oblitus es el título madurado y poliédrico para una instalación honda, implicada. 

En la obra pictórica de Enrique Martínez hay mucho de juego intelectual. Ofrece al receptor cuadros con una sucesión de tonos amables más que la alborada. Rojos cadmios, azules ultramar, amarillos narcisos y verdes del mejor abril actúan como un bálsamo órfico para miradas que se arriman a unos cuadros que hay que ver cerca, muy de cerca. Las escenas que refleja son también amables: cenas burguesas, bailes de salón, lugares amenos o secuencias circenses, aunque su interés no sea el de pintar ágapes ortodoxos, pasos al compás, locus amoenus o números de circo. Tras mesas, partituras, prados y carpas se muestran de soslayo las claves que sirven para entender el sentido último de cada uno de los cuadros.

Enrique Martínez pinta sobre el olvido del hombre: una amnesia impuesta que actúa como lenitivo en una sociedad plagada de banalidades; para ello recurre al recuerdo, que adquiere en su obra el valor etimológico que supo darle su parónimo Jorge Manrique. El autor propone que recuerden las almas dormidas, que aviven el seso y despierten de la forma más efectiva: azuzándolas. Para ello requiere la participación activa del espectador, que debe abandonar la recepción desde indiferentes comodidades al uso.

Los trazos curvos casi postimpresionistas, los colores vivos, los mitos, los pasajes bíblicos, los trampantojos, las escenas cotidianas son máscaras con las que el pintor compone unos lienzos que tienen mucho de teatrales. Abundan las tablas, los telones, las bambalinas, los puntos de fuga, la metapintura, los autorretratos, los cuadros dentro del cuadro formando perspectivas utópicas y todo un catálogo de filias y fobias que plantea el autor en lienzos que tienen mucho de teoría ética y estética. Metafóricos antifaces pueblan toda su obra. Ocultan y velan, deforman visiones que contemplamos desde el otro costado en reveses imposibles, lámparas reflectantes o simplemente, en el fondo del vaso. La esencia aparece siempre centrada pero oculta de tanto verla y apenas intangibles surcos volátiles nos encaminan a ella. El artista plantea los escenarios, sitúa a los personajes, crea ilusiones ópticas e invita al espectador a adentrarse en el cuadro, a descorrer velos apenas visibles entre marcos, telones, cuadros y cortinas. Es entonces cuando el seso se aviva y vemos que hay algo más detrás de las mesas, las partituras, los prados o las carpas. Es entonces cuando se desvela la intención social de una pintura que tiene en la amabilidad de las formas el verdadero disfraz que encubre los contenidos que verdaderamente importan.

El autor nos invita a pasar, a ver, pero también a leer. Cada cuadro se empareja con un texto que no es cartela ni écfrasis al uso, sino un texto poético cuya lectura también ayuda a que las almas dormidas aviven el seso y despierten; un texto donde la palabra se convierte en instrumento tan eficaz como las líneas y los colores para que el receptor se extrañe, conozca y se reconozca. Para que no caigamos en la dulce tentación del olvido.

 

José Juan Yborra
Comisario

Descargar documentos imágenes + poemas

Desde aquí puede descargar en pdf cada una de las obras de esta exposición acompañada de un poema, a modo de cartela de la imagen pintada.

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