Cuando la vida es arte
Una mesa, una joya o una bufanda. Una frase. Una sonrisa. Una historia de abuelos extravagantes o el relato de la infancia en Arcos. Una casa perfectamente desordenada. Una vida.
Los dioses concedieron a Magdalena Murciano el don de la gracia y todo lo que hace está borracho de arte. Incluso sus cuadros. Porque para ella la pintura no es una vocación, ni una consecuencia. Es algo más. Tan natural como tomar un vaso de agua. Murciano crea sin pretenderlo, porque su vida es arte.
Claro que ustedes han venido a ver una exposición de pintura, no un biopic. Así que hablaremos de pintura (y un poco de vida). En realidad, hablaremos de algo tan vano y real como el acto creativo. Magdalena toma un elemento insignificante, pongamos por ejemplo un insecto, o una trama, y trabaja con él de manera intensa. Copiándolo, combinándolo en gigantescos laberintos que uno puede interpretar como símbolo de tormento interior, o como un simple juego con lo cotidiano que, de un soplo, se convierte en obra fascinante. Una nueva cárcel de Piranesi que nace de un cuadrado negro y otro blanco, o de un millón de ellos. La observación de una gota de lluvia que cae por el cristal muerta, hasta que Magdalena la lleva al papel y le da vida eterna. El universo nacido de la nada, ante el que el espectador se pierde siguiendo el hilo infinito que ha colocado ahí la pintora.
Cuando uno está enfrente de un cuadro de Murciano tiene la sensación de haber entrado en un bosque y será uno mismo el que le dé carácter. Tal vez usted lo vea como lugar tenebroso en el que la única posibilidad sea la huida, cual personaje de cuento infantil. Yo camino por él con el espíritu del naturalista, mejor aún, con el ánimo del que busca cosas bellas para pasar la mañana de primavera. Magdalena jamás defrauda. Con paciencia ha ido colocando todo lo que el caminante necesita para disfrutar.
Con mucha, mucha paciencia. Porque la pintura de Magdalena es lenta y laboriosa. Y es que, junto a la gracia, los dioses le concedieron el don del tiempo, que nos regala en cada obra. Un tiempo que no existe, que en su estudio se para cada mañana ella que coge un pincel y no vuelve a reanudarse hasta que ha dado el último toque sobre el papel. Para usted, y para mí, habrán sido días, quizás semanas. Ella abre y cierra la llave del reloj de arena como le viene en gana. Encierra las horas en cada cuadro y luego nos las presenta sobre la pared. Compruébelo. Camine entre paredes estrechas y suelos irregulares. Suba y baje por escaleras imposibles que le llevarán a ese tiempo que Magdalena guardó en cada peldaño. Viva. Viva en ese mundo en que la vida es arte.
Pero nosotros somos mortales, y llega el momento en que tocan la campana. Hay que abandonar el paraíso. Lástima que ni mi vida, ni la suya sean arte. Pero no llore. Hemos tenido la suerte de conocer a Magdalena Murciano, que de cuando en cuando nos da la mano para llevarnos a su mundo, eterno y precioso.
Compartir en Delicious
Compartir en Facebook
Compartir en LinkedIn
Compartir en Twitter