Memoria de un fotógrafo
Kiki destaca entre los mejores valores de la fotografía gaditana con tanta firmeza como para poder presentar ya una sólida “memoria” digna de un viejo profesional. Pero yo no puedo aceptar que Kiki sea tan “mayor” como para presentar sus “memorias”; será mejor que veamos en esta exposición una acumulación de recuerdos, cuya calidad estética les hace dignos de la condición de verdaderos “monumentos”.
Una memoria fuerte es una memoria consolidada en la estimación de la sociedad, es la que nos habla de recuerdos que son también parte de lo que nos ha conmovido. A través de la fotografía hemos llegado al conocimiento de gentes a las que hemos aprendido a respetar y valorar porque artistas como Kiki nos han trasladado su imagen con una autenticidad que es el gran valor de su trabajo y que sólo se puede conseguir cuando vemos a los que pueden parecernos lejanos como próximos.
Kiki demuestra en sus fotografías un amor a la Humanidad que comprendemos como un rasgo inevitable en su bonhomía. Kiki no es mayor como para hacer memorias, porque es joven como el que quiere seguir conociendo a todos los seres y amarlos con la mayor intensidad juvenil. Kiki no era aún mayor de edad cuando empezó a colaborar conmigo en el Museo de Cádiz; creo que sigue siendo hoy igual de joven, de sencillo, de sabio en su arte fotográfico y de bueno con todos los que se acercan a él. No debemos decir que Kiki es un autodidacta; todo lo que sabe y todo lo que demuestra en su arte no es el fruto de un distanciamiento del saber reglado, sino de haber querido aprender de modo incansable en la admiración y el reconocimiento a lo que conoce.
Kiki supo hacerse de un lugar en la fotografía gaditana hace más de treinta y cinco años. En la prensa, en las instituciones, en las agrupaciones sociales y en los medios culturales se le reconoció muy pronto su capacidad de trabajo, su inteligencia para incorporar la innovación y su inmarcesible disposición para hacer fácil y agradable la superación de cualquier dificultad. Los que conocimos su temprano noviazgo y su matrimonio con Carmen comprendemos también que es la colaboradora imprescindible en su éxito profesional, en su entrega a los demás y en su alegría de vivir.
Debemos a Kiki muchos testimonios gráficos que son memoria, monumento e historia viva de Cádiz; las futuras generaciones conocerán mejor a Pemán, a Alberti, a Quiñones, al Peña y a tantos otros por el gesto que Kiki supo captar en ellos. Pero hoy nos encontramos ante una memoria de Kiki que es la de un viajero entusiasta, preocupado por descubrir directamente los lazos que unen a Cádiz con gentes de otros lugares. A mucha de esta gente la habíamos visto ya a través de aquellos magníficos festivales de folclore que Kiki captó en imágenes sensacionales; fueron en parte estos festivales los que le impulsaron a buscar la otra cara de unos pueblos que también sufren y buscan la superación de su marginalidad
Kiki ha sabido encontrar en los colores de África el drama del hambre y la enfermedad entre seres que no se resignan a perder la alegría; en la India ha reconocido los peores contrastes de la vida y la muerte; en la Amazonia ha podido captar la imposibilidad de contener un “progreso” que destruye el último paraíso; en Bolivia ha visto a un pueblo que se debate con violencia porque no encuentra su destino, y en Cuba, la hermana caribeña de Cádiz, Kiki ha fotografiado ese orgullo de nuestra rebeldía común por defender la libertad.
La memoria de Kiki enriquece también, con las mejores imágenes, a la Academia de Bellas Artes que se honra ahora por recibirle.
Ramón Corzo Sánchez
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